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En El Piñal (Foto Fraiban R.)

NO APRENDEMOS NADA....PERDIMOS EL AÑO.......


25 Años de la tragedia de Armero


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06 DE NOVIEMBRE DE 2010

Hace 25 años, el volcán del Ruiz borró a Armero del mapa (2) “LOS SERES HUMANOS NO APRENDEMOS A LAS BUENAS”
     
El 13 de noviembre del 2010 se  cumplen 25 años de la tragedia de Armero (Tolima). Las bodas de plata  de una catástrofe anunciada que enlutó al país entero por la muerte de  más de 25 mil personas que quedaron sepultadas bajo el lodo, tras la  erupción del volcán Nevado del Ruiz que mostró su fuerza en una  región que es de su jurisdicción volcánica.
     
Más allá del recuerdo de un pueblo que a veces parece haber quedado  en el olvido, la pregunta que surge 25 años después es qué  aprendimos los colombianos como ciudadanos y como nación, a partir  de una tragedia que pudo haberse evitado con decisiones oportunas  que no se tomaron, porque el país no sabía cómo tomar en ese  momento.
     

Memoria de corto plazo

    
Antes de la erupción del volcán Nevado del Huila (1979), en la Costa  Pacífica un tsunami se volcó sobre las tierras de Tumaco, después de  que se presentó un maremoto de 7,9 grados en la escala de Richter, un  evento que pocos colombianos recuerdan, pero que dejó cerca de tres  centenares de muertos en esta región de Nariño (259 muertos, 798  heridos y 95 desaparecidos).
     
Para el experto en gestión ambiental y gestión del riesgo, el payanés  Gustavo Wilches-Chaux, quien fue catalogado por el diario El  Colombiano como “Colombiano Ejemplar” por su gestión ambiental en  el 2009, la catástrofe de Tumaco no despertó el interés de la nación  debido a la marginalidad de la zona; situación que ha venido en  aumento con el paso de los años: “La situación de Tumaco ha venido  evolucionado y no de una manera positiva, sino incrementando cada  vez más sus condiciones de riesgo. A pesar de que el país, y  particularmente esa región, cuenta con un observatorio de tsunamis,  en general el crecimiento de la ciudad no la ha hecho menos, sino más  vulnerable”. 
     
Cuatro años después de este evento que pudo dejarles muchas  enseñanzas a los colombianos, Popayán se sacudió con un sismo que  sí logró captar la atención del país, por la connotación histórica y  religiosa que tiene la capital del Cauca, especialmente en Semana  Santa, fecha en la que ocurrió la catástrofe, y porque dejó sepultados  a decenas de fieles dentro de iglesias y casas que se derrumbaron.
     
Aunque en Popayán sus pobladores aprendieron después del suceso  la importancia de construir edificaciones seguras y resistentes a este  tipo de eventos, casi tres años después Armero se encontró con una  nación y unos gobernantes con una memoria sin registro, que hicieron  caso omiso a los llamados de la naturaleza. 
     

Lo que dejó Armero

     
Para la arquitecta Mónica Sánchez, quien ha estudiado la tragedia de  Armero con detenimiento, la creación del Sistema Nacional para la  Atención y Prevención de Desastres, dirigido a través de la oficina  para la gestión del riesgo,  es uno de los mayores aprendizajes que  dejó esa emergencia, porque le hizo entender al gobierno y a los  ciudadanos que era necesaria la creación de una norma y un entidad  para saber cómo actuar ante este tipo de eventos. 
     
Aprender a leer las señales de la naturaleza es otra de los grandes  enseñanzas que, para Sánchez, dejó la tragedia de Armero, teniendo  en cuenta que se trata de un municipio que ha sido destruido cuatro  veces, por el paso de avalanchas de lodo producidas por un volcán  que se hace sentir cada 140 años -periodo de actividad- para reclamar  su territorio.  

    

“Tenemos perdido el año”

     
Pero, la opinión de Wilches-Chaux es que pese a que con la creación  del Sistema Nacional para la Atención y Prevención de Desastres se  logró la consolidación de una red de actores institucionales que ha  madurado con los años, “en Colombia nos hemos centrado en rescatar  a los náufragos pero cada día creamos más condiciones para que haya  más naufragios”. 
     
Este payanés, que ha estado involucrado en la gestión del riesgo  desde 1983, año en que su ciudad quedó bajo las ruinas, se atrevió a  decir que “quienes nos dedicamos en el mundo a la gestión del riesgo  tenemos perdido el año”.  Los desastres que se siguieron presentando  después de la catástrofe de Armero, como el paso del Huracán Johan  por las costas de Cartagena en 1998, nos han enseñado que el  problema radica en la manera  cómo se concibe el desarrollo. 
     
“Ese huracán recuperó una cantidad de espacio que el proceso de  urbanización de la bahía le había quitado al mar. Y volvió a llenar  humedales que habían sido secados. Y eso lo vemos hoy, la situación  es 12 años más grave de lo que era en 1998”. 
     
Hablando de la adaptación al cambio climático, Wilches-Chaux  sostiene que el problema es que países como el nuestro tienen la  esperanza puesta en los recursos que se pueden obtener desde el  exterior para hacerle frente a los efectos de ese fenómeno global,  mientras el desarrollo “normal” del país va contravía: “Es como si con  recursos internacionales queremos comprar un ‘airbag’, esa bolsa que  se infla en los choques de carros,  pero el presupuesto nacional lo  invertimos en aguardiente para el chofer”.
     
Otra de las enseñanzas no aprendidas, según su análisis, es que los  seres humanos cada día tenemos menor capacidad para convivir con  los fenómenos naturales. Wilches-Chaux citó el ejemplo de Ibagué,  que cada día se expande más hacia el cañón del río Combeima, una  zona de riesgo presidida por el Nevado del Tolima.  
     

Una cosa es la teoría y otra la práctica

     
Uno de los ejemplos que cae como anillo al dedo sobre la  contradicción entre la teoría y la práctica en la prevención de  desastres es Bogotá, ciudad donde los gobernantes se han  comprometido en llevar un proceso para preparar a la ciudadanía ante  un eventual terremoto, pese a que no se ha presentado uno. 
     
Sin embargo, Wilches-Chaux resalta que la manera como se está  dando el desarrollo vial es equivocada: “En mí concepto, se está  haciendo sin tener en cuenta ningún criterio de gestión del riesgo.  Qué sucedería si en medio de un trancón ocurre un pequeño sismo.  Sabemos cómo salir de las oficinas, de los colegios, pero después qué.  Es como si los corredores de un teatro estuvieran llenos de  escombros, y todas las puertas de salida de emergencias estuvieran  bloqueadas.” 
    
El experto resalta que con la tragedia de Armero se creó un sistema  muy importante, pero que al parecer en la práctica no se aprendió  mucho sobre cómo evitar los desastres, porque a la naturaleza se le  siguen atribuyendo las causas que obedecen a decisiones  equivocadas de los hombres: “La humanidad se demoró muchas  generaciones en entender que había una relación entre el parto y el  acto sexual que había tenido lugar nueve meses antes, realmente  porque eso no es tan obvio. Lo mismo nos sucede ahora: no tenemos  claro que hay una relación de causa-efecto entre un desastre y una  decisión equivocada que ha sido tomada antes”.
     
Las fuertes temporadas de lluvias y las inundaciones recurrentes son  un ejemplo de que los actos de deforestación y contaminación del  medio ambiente tienen efectos nefastos. Por ejemplo, en el municipio  de Santa Cruz de Lorica, Córdoba, declarada zona de desastre,  en los  últimos 10 años se han desecado por lo menos 23 mil hectáreas  de  humedales. Estos ecosistemas eran los encargados de amortiguar las  aguas excesivas de los ríos en época invernal.
     
Wilches-Chaux sostiene que la contradicción entre la teoría y la  práctica se vive en todo el mundo. Así lo comprobó la actitud que  asumieron las compañías petroleras cuando se enteraron que era  irreversible el proceso del deshielo del polo norte, un mensaje claro de  los efectos del cambio climático, pero que para ellos se convirtió en la  oportunidad perfecta para explotar el petróleo que antes estaba  cubierto de hielo.  
     
En Colombia, una de las preocupaciones de las personas que abogan  por un cambio de actitud frente a la explotación de los recursos  naturales, es la vocación predominantemente minera que se le asignó  en los ocho años del gobierno de Álvaro Uribe, a gran parte del  territorio nacional. 
     
“Todo eso va a afectar territorios a cuyos habitantes no se les ha  preguntado qué opinan, y menos a los ecosistemas. Allí es donde uno  en el campo de la racionalidad entra en el pesimismo. Parece que los  seres humanos no aprendemos por las buenas, no desarrollamos esa  capacidad de aprendizaje que ha acompañado la vida del planeta, de  aprender y transformarnos”, concluyó Gustavo Wilches-Chaux.

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