Sara Medialdea
Publicado - Published: 02/11/2010
La naturaleza, ya se sabe, es imprevisible. Pero una buena planificación exige esperar lo inesperado, y prepararse para ello. Por eso, Madrid está a punto de concluir un plan de infraestructuras tan básicas como invisibles a los ojos ciudadanos, y que permitirán afrontar, cuando llegue, lo que los técnicos llaman «la avenida de los 500 años»: esa tormenta perfecta que supera todas las estadísticas. Y lo hará gracias a los 29 estanques construidos —el último se acabará en unos meses—, capaces de recoger el agua de lluvia a lo largo de 36 kilómetros de colectores y almacenarla para que no desborde las depuradoras y termine, sin tratar, en el río Manzanares.
¿Qué pasa si los colectores no tienen la suficiente capacidad? Que las aguas torrenciales procedentes de una fuerte tormenta terminan rebosando de las alcantarillas, inundando garajes y plantas bajas, cuando no los túneles de circulación. Pero además, esas aguas arrastran todo tipo de contaminantes —todo lo que «barren» del asfalto y las aceras a su paso—. Si no son frenadas en algún punto, acaban vertiendo en el río, a través de los aliviaderos, con toda su carga de suciedad.
Inversión multimillonaria
Para que esto no suceda, el Gobierno municipal lleva años desarrollando el Plan de Infraestructuras para la mejora de la calidad de las aguas del río Manzanares. Un plan en el que, hasta la fecha, se han invertido 760 millones de euros. Y que es absolutamente invisible para los madrileños. «Es una de esas obras que no se ven, pero que son esenciales para que una ciudad sea sostenible», explica la concejal de Medio Ambiente de Madrid, Ana Botella.
Dimensiones de escalofrío
El plan ha consistido en la construcción de 36 kilómetros de nuevos colectores, que bordean el Manzanares. En algunas zonas llegan a tener unas dimensiones de escalofrío: 6,7 metros de diámetro, equivalentes a un edificio de dos plantas. Por allí puede circular un caudal máximo de 100 metros cúbicos por segundo.
Desde los colectores, el agua llega a los estanques de tormentas, que hacen las veces de presa donde retener esas ingentes cantidades de líquido y reenviarlo, de forma controlada, a la red de depuradoras. Por fuera, un estanque de tormentas no se ve. Sobre algunos existen campos de fútbol o, en el caso del de Arroyofresno —el mayor de Europa—, todo un campo de golf. Por dentro, es un gigantesco depósito de hormigón, dividido en espacios que enlazan entre sí mediante compuertas, en un esquema similar al de los vasos comunicantes. El agua entra por unas compuertas y saldrá, cuando así se decida, por otras, gracias a potentes bombas. Todo el control está informatizado. El último por finalizar de esta red de estanques de tormentas es el de Butarque, que la concejal Botella y el alcalde Alberto Ruiz-Gallardón visitaron esta misma semana. En él, pueden almacenarse hasta 400.000 metros cúbicos de agua. Una cantidad equivalente al aire que respiramos a lo largo de nuestra vida.
Sólo en construir este estanque de tormentas de Butarque se han invertido 90 millones de euros, y ha supuesto excavar 2,5 millones de metros cúbicos de tierra y emplear 90.000 metros cúbicos de hormigón. El viaje del agua, a través de 4.450 kilómetros de alcantarillas, de ahí a 34 kilómetros de colectores, para terminar en alguno de los 29 estanques de tormentas, de donde será conducida a alguna de las depuradoras de la capital —con capacidad para tratar 310 millones de metros cúbicos anuales—, permitirá que toda la que llegue al río Manzanares haya sido previamente tratada. Además, el agua regenerada también puede utilizarse para otros fines, como el riego en muchos de los grandes parques de la capital. De hecho, en la actualidad se consiguen por este procedimiento 5,5 millones de metros cúbicos anuales, equivalentes al consumo de una ciudad de 75.000 habitantes. El plan de infraestructuras para la mejora de las aguas del río Manzanares se inició aprovechando las obras de la M-30 —por cuyos laterales discurren los dos principales colectores de la ciudad—. Tal vez por ello, y por el carácter mismo de estos trabajos, ha sido un plan «mediáticamente soterrado», se lamentaba días atrás el alcalde, Alberto Ruiz-Gallardón.
Pero la fortísima inversión realizada se traducirá en hechos: un río que discurrirá con un cauce más limpio, algo que no sólo se notará en la capital, sino también aguas abajo.
¿Qué pasa si los colectores no tienen la suficiente capacidad? Que las aguas torrenciales procedentes de una fuerte tormenta terminan rebosando de las alcantarillas, inundando garajes y plantas bajas, cuando no los túneles de circulación. Pero además, esas aguas arrastran todo tipo de contaminantes —todo lo que «barren» del asfalto y las aceras a su paso—. Si no son frenadas en algún punto, acaban vertiendo en el río, a través de los aliviaderos, con toda su carga de suciedad.
Inversión multimillonaria
Para que esto no suceda, el Gobierno municipal lleva años desarrollando el Plan de Infraestructuras para la mejora de la calidad de las aguas del río Manzanares. Un plan en el que, hasta la fecha, se han invertido 760 millones de euros. Y que es absolutamente invisible para los madrileños. «Es una de esas obras que no se ven, pero que son esenciales para que una ciudad sea sostenible», explica la concejal de Medio Ambiente de Madrid, Ana Botella.
Dimensiones de escalofrío
El plan ha consistido en la construcción de 36 kilómetros de nuevos colectores, que bordean el Manzanares. En algunas zonas llegan a tener unas dimensiones de escalofrío: 6,7 metros de diámetro, equivalentes a un edificio de dos plantas. Por allí puede circular un caudal máximo de 100 metros cúbicos por segundo.
Desde los colectores, el agua llega a los estanques de tormentas, que hacen las veces de presa donde retener esas ingentes cantidades de líquido y reenviarlo, de forma controlada, a la red de depuradoras. Por fuera, un estanque de tormentas no se ve. Sobre algunos existen campos de fútbol o, en el caso del de Arroyofresno —el mayor de Europa—, todo un campo de golf. Por dentro, es un gigantesco depósito de hormigón, dividido en espacios que enlazan entre sí mediante compuertas, en un esquema similar al de los vasos comunicantes. El agua entra por unas compuertas y saldrá, cuando así se decida, por otras, gracias a potentes bombas. Todo el control está informatizado. El último por finalizar de esta red de estanques de tormentas es el de Butarque, que la concejal Botella y el alcalde Alberto Ruiz-Gallardón visitaron esta misma semana. En él, pueden almacenarse hasta 400.000 metros cúbicos de agua. Una cantidad equivalente al aire que respiramos a lo largo de nuestra vida.
Sólo en construir este estanque de tormentas de Butarque se han invertido 90 millones de euros, y ha supuesto excavar 2,5 millones de metros cúbicos de tierra y emplear 90.000 metros cúbicos de hormigón. El viaje del agua, a través de 4.450 kilómetros de alcantarillas, de ahí a 34 kilómetros de colectores, para terminar en alguno de los 29 estanques de tormentas, de donde será conducida a alguna de las depuradoras de la capital —con capacidad para tratar 310 millones de metros cúbicos anuales—, permitirá que toda la que llegue al río Manzanares haya sido previamente tratada. Además, el agua regenerada también puede utilizarse para otros fines, como el riego en muchos de los grandes parques de la capital. De hecho, en la actualidad se consiguen por este procedimiento 5,5 millones de metros cúbicos anuales, equivalentes al consumo de una ciudad de 75.000 habitantes. El plan de infraestructuras para la mejora de las aguas del río Manzanares se inició aprovechando las obras de la M-30 —por cuyos laterales discurren los dos principales colectores de la ciudad—. Tal vez por ello, y por el carácter mismo de estos trabajos, ha sido un plan «mediáticamente soterrado», se lamentaba días atrás el alcalde, Alberto Ruiz-Gallardón.
Pero la fortísima inversión realizada se traducirá en hechos: un río que discurrirá con un cauce más limpio, algo que no sólo se notará en la capital, sino también aguas abajo.
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