ODA AL BOMBERO
¡Ay!, cómo llora la sirena
con desgarrador lamento,
parece una madre herida
por la lanza de un tormento.
Sus halles son lastimeros
entre silencio... y silencio...
y la noche no la escucha,
tiene muy pesado el sueño.
De pronto, de pronto
despierta un hijo,
un caballero del fuego,
se despierta electrizado
al escuchar los lamentos,
de aquella vieja sirena
del cuartel de los bomberos.
Tomo su casco y dispara
como un caballo sin freno,
corre, corre, más que corre
vuela por las calles en silencio,
hay que llegar el primero,
hay que salvar esas vidas;
ha aparecido un incendio.
¿Qué importa su tibio hogar,
qué importan sus propios bienes,
qué importa su propia vida,
si hay ajenas que salvar...?
Y entre el fragor de las llamas
y entre el crepitar del fuego,
envuelto en mortaja de humo,
en la cumbre de un madero,
se alza heroica la figura
de aquel heroico bombero.
Y así son estos Quijotes,
y así son estos Quijotes,
los caballeros del fuego,
que exponen sus nobles vidas
por el bienestar ajeno;
y que sólo están contentos,
y que sólo están contentos,
cuando el deber se ha cumplido
cuando se ha apagado el fuego.
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